Cristianos y musulmanes en la Andalucía moderna. La Granada del siglo XVI, una ciudad interculturalinvenciones de reliquias y libros plúmbeos. El Sacromonte

  1. Martínez Medina, Francisco Javier
Dirixida por:
  1. Rafael Briones Gómez Director

Universidade de defensa: Universidad de Granada

Fecha de defensa: 24 de novembro de 2015

Tribunal:
  1. Juan Antonio Estrada Díaz Presidente/a
  2. Aurelia Martín Casares Secretario/a
  3. Miguel Angel León Coloma Vogal
  4. Salvador Rodríguez Becerra Vogal
  5. Bernard Vincent Vogal

Tipo: Tese

Resumo

En una reseña al libro Los plomos del Sacrornonte. Invención y tesoro, publicado en 2006 y coordinado por Manuel Barrios Aguilera y Mercedes García Arenal, James S. Amelang definía «posiblemente el más notorio escándalo de erudición de la historia española». Recordaba que el asunto había empezado en 1588 «con la aparición en la torre de la antigua Mezquita Mayor de Granada, de un pergamino y algunas reliquias, supuestamente huesos de san Esteban y un pañuelo que perteneció a la Virgen María. A continuación, en 1595, se abrió el segundo acto de la comedia, con el descubrimiento en un monte de las afueras de la ciudad de las tumbas de san Cecilio, el primer obispo de Granada, y de otros protomártires de la época de la misión del apóstol Santiago a España. En el mismo sitio fueron encontrados también varios sellos de plomo ... ». En el mismo texto, James S. Amelang habla todavía de «uno de los más fascinantes enigmas de la época moderna». De hecho, el enigma ha suscitado muchos estudios entre los cuales el libro del año 2006, ampliado en una nueva versión, ¿La historia inventada? Los Libros Plúmbeos y el Legado sacromontano (que incluye la reseña aquí citada), editado en 2008, constituye el último avance importante. Francisco Javier Martínez Medina ha contribuido a las dos versiones con textos distintos, «Los hallazgos del Sacromonte a la luz de la historia de la Iglesia y de la teología católica» en la primera, «La abadía del Sacromonte y su legado artístico-cultural» en la segunda. No fueron las dos únicas veces que ofrecía sus investigaciones sobre el tema ya que encontramos muchas aportaciones suyas a partir de la última década del siglo XX, así su artículo de 1996 «El Sacromonte de Granada y los discursos immaculistas postridentinos» publicado en el Archivo Teológico Granadino. Él tiene una inmensa familiaridad con el tema y ocupa entre los especialistas un lugar a la vez destacado y original. Este ha sido subrayado por Mercedes García Arenal cuando, en el texto conclusivo de Los plomos del Sacromonte. Invención y tesoro titulado «De la autoría morisca a la antigüedad agrada de Granada, rescatada ali lam1,, ella dice (p. 565): «las indudables ventajas que la Iglesia de Granada obtuvo de la "milagrosa" invención llevan a algunos (en particular a Martínez Medina) a mantener que debe buscarse en el seno de aquella a los autores de la falsificación». Esta frase se hace eco de otras de Francisco Javier Martínez Medina en el mismo libro (p. 110): «Lógicamente se confirman una vez más sus fuentes (las de los textos plúmbeos) de inspiración en el pensamiento y doctrina del islam. Pero reconociendo también que están muy influidos por el pasado histórico de la Iglesia y por el pensamiento y la doctrina católica, de ahí que haya que interpretarlos en ese contexto. Y sobre todo como esperamos poder demostrar en breve, es esta de alguna manera la tónica dominante, al estar explícitamente manifiestos los dogmas cristianos que niegan radicalmente los musulmanes. Según esto, las conclusiones son patentes, lo cristiano es prioritario, y no al revés. Lo que contradice sin duda las teorías e interpretaciones del sincretismo islámico-cristiano con predominio del credo musulmán sobre el católico, teorías que incluso la condena pontificia parecía respaldar». La postura era pues fuerte y fue y precisameme la promesa enunciada hace casi diez años está cumplida con este riquisimo libro. Volvemos a encontrar todos los elemento anteriores, pero al estar reunidos tienen una coherencia muy meditada. Y además están acompañados de aspectos inéditos que refuerzan la demostración, provenientes casi todos de los fondos de la abadía del Sacromonte. Otro aspecto decisivo de este libro sobre el cual quiero insistir es el cuidado constante de precisar el contexto y situar los hechos en el tiempo remontando hasta la Iliberris romano-cristiana. Este afán es singularmente eficaz porque permite al lector encender a cada paso las intenciones y las estrategias de los actores cuando manipulan los hechos. Todo lo que expone por ejemplo de la vida y de la obra de san Gregorio frente a la <<invención» de san Cecilio es muy esclarecedor. De la misma manera las páginas dedicadas al «ambiente católico en torno al culto a los santos y a las reliquias» son muy útiles porque subrayan un factor importante del éxito de la empresa. Sobre todo, en el capítulo quinto, el examen meticuloso de la traducción oficial del árabe al latín de los Libros Plúmbeos encargada por la Santa Sede entre 1645 y 1656, que figura en el apéndice del libro. Están aquí paginas importantes escritas por el teólogo que pasa revista a los pasajes de los textos afirmando «los dogmas esenciales de la fe cristiana que la diferencian y definen frente a la fe musulmana: la divinidad de Jesucristo, su muerte en la cruz y su resurrección; el misterio de la Santa Trinidad». Francisco Javier Martínez Medina piensa que hay primacía del credo católico sobre el islámico en el conjunto de los textos de los plomos. Este examen le permite hacer unas reflexiones que a mi modo de ver deben constituir un revuelo para todos los especialistas. Escribe en el decisivo capítulo V «hoy nadie duda de la autoría morisca de los mismos. Pero frente a las tesis extremas que limitaban las invenciones a los moriscos levantiscos y contrarios en todo al cristianismo, interesantes estudios actuales están poniendo de manifiesto la participación activa e ideológica de los moriscos más integrados, pertenecientes a las élites de poder, tanto personas civiles como destacados religiosos plenamente incorporados en el servicio a la Iglesia y a la Corona, y en concreto muy cercanos a los colectivos capitulares catedralicios». Insiste en la conclusión: «Lo expuesto aporta un nuevo enfoque de las invenciones y del llamado problema morisco de finales del quinientos granadino. En primer lugar, la existencia en el conjunto de los hallazgos, incluyendo las reliquias, de conceptos y afirmaciones esenciales a la teología cristiana como la Trinidad y la muerte y resurrección de Jesús. En su gestación intervinieron destacados intelectuales moriscos, como Alonso del Castillo y Miguel de Luna, así como miembros de las élites moriscas pertenecientes al clero alto, como ilustres miembros del cabildo catedralicio, sin olvidar a otro poderoso canónigo de origen judeoconverso; nos referimos a D. Pedro Guerra de Larca, autor también de la primera vida sobre san Cecilio significativa por su contenido y por su fecha de aparición, en 1584, además de ser el enviado del arzobispo al papa para entregarle las primeras traducciones latinas de los mismos». Naturalmente queda mucho por hacer para aclarar totalmente el asunto. Una de las primeras preguntas que podemos dirigir al dossier reunido por Francisco Javier Martínez Medina es la del valor de las traducciones hechas en Roma. ¿No pecarían estas por ser como las demás lo que Miguel J. Hagerty y luego Luís F. Bernabé Pons han llamado «traducciones interesadas»? El arzobispo Pedro de Castro multiplicó los esfuerzos para que los textos del Sacromonte estuvieran leídos en clave cristiana. Y no hay duda que solo la anhelada edición de los textos árabes originales de los Libros Plúmbeos permitirá entender el alcance y el sentido de las distintas traducciones. Pero mientras tanto la tesis de Javier Martínez Medina toma cuerpo. Primero los traductores romanos, los padres Antonio dell'Aquila, Bartolomé Pettorano, Ludovico Marracci, Juan Bautista Giattini y Athanasius Kircher, todos excelentes arabistas, estaban a la vez alejados de Granada y de la época de los descubrimientos. La presión del Vaticano no debía ser tan fuerte como la del arzobispo Pedro de Castro. Luego los estudios pormenorizados de documentos pertenecientes al dossier turpiano-sacromontano van confirmando sus hipótesis. P. S. van Koningsveld y Gerard A. Wiegers concluyen su examen del pergamino de la Torre Turpiana encontrado en 1588 que «sea como fuere, hasta ahora ha quedado claro que el pergamino es un puro documento católico romano». Al final del examen de la Historia del sello de Salomón, uno de los libros de plomo, Philippe Roisse confiesa sus dudas en cuanto a la autoría de la empresa no descartando la participación «de ciertos sectores del movimiento contrarreformista español» sin ver en ellos, de momento, sus principales inspiradores. Por fin la revisión que hicieron Mercedes García Arenal y Fernando Rodríguez Mediano de la personalidad y de las actividades de Miguel de Luna, al que califican de cristiano-arábigo de Granada, me parece constituir una prueba más en la misma vía. Creo personalmente que ha venido el tiempo de alejarse de la Vulgata en cuanto a la autoría de los libros de plomo. Vulgata que Mercedes García Arenal resume en el libro colectivo de 2006, «se puede afirmar que, en coincidencia con otros escritos contemporáneos, los Libros Plúmbeos granadinos presentan una clara intención de apoderarse de la historia para influenciar la opinión publica española en general, y la monarquía en partic_ular, a favor de la comunidad morisca dotándola de un origen antiguo, cristiano, sagrado y al tiempo defendiendo u principal señal de identidad, la lengua». Estoy convencido de que los moriscos que habían podido quedar en Granada después de la rebelión de 1568-1570 no tenían ni la fuerza, ni la coherencia, ni la ambición necesarias para montar colectivamente un proyecto del calibre de los plomos. En 1588 no había una verdadera comunidad 'morisca en Granada, la mayor parte de los que residían en la ciudad del Darro era gente pobre, libre o esclava, y muy dispersada. Las élites eran muy reducidas y muy afectadas económicamente por las consecuencias de la rebelión. Las familias que las constituían, salvo excepciones (Granada Venegas, Zegrí), habían perdido su cohesión. Pocos miembros de los Chapiz, Hermez, Muley, por ejemplo, habían podido quedar. Sobre todo habían perdido su papel de intermediarios entre las autoridades y la comunidad morisca. No les quedaba ningún poder. Y ¿cómo hubieran podido montar un plan que no llamó nunca la atención? Eso si algunos de ellos que buscaban integración y reconocimiento, que disfrutaban de la confianza de miembros del alto clero o de la alta administración local (Castillo, Luna, quizás Granada Venegas), podían prestar un útil concurso a una iniciativa ambiciosa ajena. En 1588 o en 1595 no era la primera vez que las autoridades granadinas utilizaban el talento y los conocimientos de los moriscos. El famoso memorial de 1567 escrito por Francisco Núñez Muley para criticar las medidas tomadas contra los moriscos no había sido la expresión espontánea de su emoción sino el resultado de un encargo probablemente del marqués de Mondéjar. Unos meses después de la redacción, Núñez Muley reclamaba el pago de su servicio. Al final del siglo XVI en una Granada que había perdido su prestigio, que intentaba curar sus muchas heridas, que buscaba construir una nueva identidad, toda la historia contaba, y a este respecto la contribución de los moriscos era necesaria. Estas consideraciones me llevan a adherirme a la fórmula empleada por Francisco Javier Martínez Medina, «en el asunto de los Libros Plúmbeos lo cristiano es prioritario, no al revés». Esta afirmación debe estar obviamente comprobada. Por ejemplo, se debe hacer un estudio preciso de la carrera del arzobispo Pedro de Castro cuyo papel ha sido a menudo subrayado, con razón, por Manuel Barrios Aguilera. Los entornos de los arzobispos Juan Méndez de Salvatierra y Pedro de Castro deben ser profundamente examinados. Y como lo sugiere Francisco Javier Martínez Medina es muy necesario interesarse por el cabildo catedralicio. Añadiría yo la importancia de sondear las posturas de otras instituciones, ayuntamiento, chancillería, capitanía general. Queda mucho por investigar porque en términos de criminología podríamos decir que los autores de los Libros Plúmbeos han realizado un crimen perfecto. Afortunadamente quizás no tan perfecto porque las pistas abiertas por Francisco Javier Martínez Medina pueden revelarse profundamente fecundas.